Creo en Dios
cuando mi interior se desnuda de intenciones
y se inunda de virtudes
que no siempre creo tener
hasta que por fin aparece
alguien
a quien parezco deberle tanto amor.

Por Dios! Esos sentimientos no son medibles,
no se pueden escribir,
son latidos de pura sangre,
lágrimas donde debería haber paz.

Cuando tomo la mano de una anciano
de muy avanzada edad,
y cuyo cuerpo se haya en su término,
siento cómo su vida se escapa,
lentamente,
como evaporándose.

He sentido
la fuerza de la vida apretando mis manos
de las manos arrugadas de otra vida
que suplica continuar.

Sólo puedo darle más tiempo.
Pero eso no alcanza.
En verdad lo que ellos necesitan
es descansar
de tanta eternidad.

A. Jose Maria Pintos.