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sábado, 8 de noviembre de 2014

Qué derecho tenemos para tomar la mi vida, el alma, la historia de una persona, y elevarla como mártir en respuestas a nuestras plegarias y necesidades?
Quiénes somos para eternizar una imagen, entronizarla, venderla, comercializarla, someterla a nuestros bajezas como paño de lágrimas, como basurero de nuestras equivocaciones?
Cómo puede el hombre hablar de Dios, del Amor, si ni siquiera se hace eco de ese Amor.
Inventamos mensajeros e ignoramos mensajes.
Dios no escucha al hombre que eres, sino al espíritu que anhela retornar a Él.
Y QUIÉN O QUÉ ME DA AUTORIDAD PARA HABLAR ASÍ?
Nadie. Pues bien, el que tenga la palabra SIEMPRE puede objetar la mía, al fin y al cabo sólo soy un poeta de la Vida, y de un Más Allá que en verdad está ACÁ entre nosotros (Ahora).

A. Jose Maria Pintos.

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