De vereda esquiva donde la noche se esconde,
el fiel labrador se cubre del frío.
De saberte camino donde no he jamás ido.
De quererte conmigo,
de anhelarte dormido.
Solo silencios repetidos.
Mi maniobra sin argumentos hacia comprometida esquina.
Luces que aluden mi sueño de pasos.
Luces encandilando la majestuosa ironía del llanto.
Lo que me queda y me lleva,
las sorpresas demoradas.
Mi, tu, lo que sobra de nosotros.
Se enuncian tempranas caídas al ocaso del ruido.
Mi fiel estrella se fortalece en el horizonte,
anuncia su reino,
deshace tinieblas.
De aquel perdido nido
no me quedan ni quejas.
Los ríos, los niños,
los cantares andinos.
Sembrado de menester hastío
agito mis brazos
en un dormido sigilo.
Y al mirar atrás
la calle
se funde con tantas calles
nombrándolas
les digo:
Adiós, calles azules.
No hay comentarios:
Publicar un comentario